Conversación con dos expertosa propósito de la idea de construir en Colombia un gran museo de la memoria. Se trata de Ricardo Brodsky, director del Museo de la Memoria y Derechos Humanos de Chile, y Félix Reátegui, miembro de la Comisión de Verdad y Reconciliación del Perú.
Por Cristina Castro*
El Museo de la Memoria en Bogotá dio un paso importante para convertirse en realidad. En el día de las víctimas, el gobierno y el distrito entregaron un lote de 20.000 metros ubicados en la calle 26 con 30. Allí se construirá el espacio más grande hasta la fecha en el país con miras a hacer visibles las cicatrices que han dejado décadas de guerra con miras a que el país no vuelva a repetir su pasado. (Ver: Un museo para no olvidar)
Uno de los más importantes antecedentes de esta propuesta en América Latina es el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos de Chile que busca rememorar los hechos ocurridos bajo la dictadura. Este escenario será un punto de inspiración para lo que se construya en Colombia. Su director Ricardo Brodsky, habla sobre su experiencia en el país austral.
¿Cuál es la historia detrás del museo que usted dirige?
RICARDO BRODSKY: El Museo de la memoria es un proyecto inaugurado en enero de 2010 por la presidenta Michelle Bachelet, pero su historia se remonta al año 1991 cuando la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación que estableció los crímenes de la dictadura cívico-militar que encabezó el general Pinochet propuso la creación de memoriales y museos que dignificaran a las víctimas de las violaciones a los derechos humanos.
¿Qué pasó luego?
RICARDO BRODSKY: Posteriormente la UNESCO declaró “Archivo del Mundo” los archivos de diversos organismos chilenos de defensa de DDHH, entonces se hizo evidente que había que crear un museo que resguardara esos archivos para la memoria de las futuras generaciones. Por su parte, las agrupaciones de víctimas venían reclamando la creación de un museo de la memoria desde un tiempo.
¿Y qué significó ese museo para esas víctimas?
RICARDO BRODSKY: En definitiva, el Museo es un proyecto que busca reparar simbólicamente a las víctimas de las violaciones a los DDHH, devolviéndoles su identidad y su dignidad humana, pretende además ser un proyecto que estimule la educación y la reflexión de los chilenos sobre el valor de los derechos humanos y la importancia de respetarlos en toda circunstancia.
¿Cuál ha sido la importancia de este museo para Chile?
RICARDO BRODSKY: Este museo representa la voluntad de la sociedad chilena de mirar de frente su pasado y hacer lo posible para que nunca más se repita una experiencia como la vivida en dictadura. En ese sentido, constituye una prueba real del compromiso de la sociedad chilena con los derechos humanos y la memoria de las víctimas del terrorismo de estado.
¿Y qué tan bien les ha ido?
RICARDO BRODSKY: La importancia del museo se expresa también en el hecho que se trata de uno de los museos más visitados del país, con audiencias que alcanzan las 200 mil personas presenciales y más de 400 mil virtuales al año. De ellos, el 80 % es menor de 30 años, lo que da cuenta de la capacidad del museo de vincularse con las nuevas generaciones, cuestión que está en la esencia del proyecto.
¿Qué otros logros han registrado?
RICARDO BRODSKY: También el museo se ha convertido en sus 5 años de vida en un lugar destacado para el arte contemporáneo en Chile, de lo que da cuenta lasmás de 50 exposiciones temporales realizadas con artistas chilenos y extranjeros. Finalmente, el museo se ha convertido en un lugar que estimula el debate político y académico sobre los temas relacionados con su que hacer, lo que ha logrado cursando invitaciones a destacados pensadores de diversos países y publicando sus conferencias.
¿Cómo sienten que han aportado a la reconciliación?
RICARDO BRODSKY: La reconciliación es un proceso que supone que los victimarios reconocen lo que han hecho y piden el perdón de la sociedad y de las víctimas. Ello no ha ocurrido en Chile. Han sido las víctimas, los gobiernos democráticos y los tribunales los que han ido arrancando paso a paso la verdad. Ello ha permitido la generación de medidas de reparación material y moral a las víctimas que lleve algo de paz a sus corazones. Por otro lado, la justicia ha avanzado, aunque demasiado lentamente, en esclarecer los hechos y sancionar algunos de los responsables. El museo contribuye a estos procesos constituyéndose en una fuente de información y en el principal espacio de reparación moral a las víctimas y de educación en el Nunca Más para las nuevas generaciones.
“La narrativa del museo debe reflejar la profundidad del conflicto colombiano”.
Félix Reátegui, miembro de la Comisión de Verdad y Reconciliación del Perú, explica por qué es fundamental un museo para que no se olvide la guerra.
Quizás pocos pueden conocer más de los procesos de memoria que Félix Reátegui. El sociólogo es asociado del programa de Verdad y Memoria del International Center for Transitional Justice. Desde esa organización ha acompañado los procesos de reconstrucción de la verdad de diferentes países del mundo, entre los que está Colombia, Tunez y Costa de Marfil. Fue miembro de la Comisión de Verdad y Reconciliación del Perú en donde se desempeñó como director del comité editorial y responsable del informe final. También ha sido profesor y director de investigaciones del Instituto para la Democracia y los Derechos Humanos en la Universidad Católica de ese país.
Para Colombia, ¿en qué sentido podría ser valioso tener un museo de la memoria?
FÉLIX REÁTEGUI: Un museo dedicado a la memoria de las víctimas y del conflicto es importante en varios sentidos. Uno, fundamental, es el relativo a la reparación simbólica que se debe a las víctimas. Un museo es una manera de hacer explícito que el Estado y la sociedad reconocen el daño ocasionado a ellas y, más ampliamente hablando, las diversas responsabilidades por los crímenes cometidos. Un museo es, así, una forma de incorporar el conflicto y sus víctimas en el discurso público; es una manera de hace oficial la conmemoración. Un segundo sentido es del aprendizaje cívico o social. Un museo puede y debe ser el espacio para seguir reflexionando sobre las raíces, los hechos y las consecuencias del conflicto armado; forma parte, así, de lo que se podría llamar una política nacional de conmemoración.
¿Por qué cree que a diferencia de Europa y Estados Unidos donde se construyen grandes monumentos para conmemorar hechos históricos, en Colombia no existen este tipo de simbolismos?
FÉLIX REÁTEGUI: En líneas generales, se puede decir que la tradición museística está más arraigada en otras regiones que en América Latina. Eso puede tener explicaciones diversas, incluyendo la económica. Pero, en sentido más concreto, se podría decir que solo en las últimas décadas las sociedades de América Latina –y Colombia entre ellas—se han encontrado con una concepción del pasado como algo que debe ser incorporado conscientemente en la cultura pública. El pasado siempre gravita, pero no siempre se es consciente de él. Hoy nos estamos encontrado con que también puede y debe haber una “política pública” sobre el pasado, sobre la memoria. Eso es lo que está emblematizado en los centros de conmemoración de Europa y EEUU y lo que comienza a aparecer en nuestra región.
¿No tendrá que ver con la diferencia en términos de desarrollo entre estos países?
FÉLIX REÁTEGUI: Se podría ensayar otras explicaciones complementarias, desde luego, y algunas de ellas tendrán que ver con los problemas de integración y de exclusión. En sociedades donde la nación es todavía un tema de debate, es explicable que la tradición conmemorativa sea más incipiente, puesto que la conmemoración implica algunos acuerdos sobre el pasado. Por otro lado, también cabe preguntarse si la ausencia de centros conmemorativos se debe a que las víctimas de procesos de violencia o represión en América Latina suelen ser las poblaciones más pobres y marginadas. Ahí donde hay una ciudadanía débil, es explicable que la conmemoración de los marginados esté ausente.
¿Qué justificación tiene que quienes han estado del lado “malo” de la historia tengan un sitio para recordar lo que hicieron?
FÉLIX REÁTEGUI: Es algo muy debatible. Se debe distinguir entre la conmemoración pública, que implica un reconocimiento y un aprendizaje, y, por el otro lado, el derecho que los distintos grupos particulares tienen a recordar su pasado según su punto de vista. La conmemoración de la que hablamos cuando pensamos en un museo de memoria es una conmemoración asociada a principios fundamentales: uno de ellos es que viene de la doctrina y la legislación de los derechos humanos. Desde ese punto de vista, se puede hablar de pluralidad de memorias, pero con un claro límite de principio: el respeto a principios humanitarios básicos y a una visión democrática de la sociedad, un marco de valores donde no caben “negacionismos” ni mucho menos justificaciones explícitas o soterradas de los actos de violencia y abusos cometidos.
¿Un Museo de la Memoria obligaría a contar la historia con una versión? ¿Qué debería incluir la colombiana?
FÉLIX REÁTEGUI: Creo que es un enfoque incorrecto pensar que Colombia debe aspirar a obtener una única versión del conflicto con la que todo el mundo tenga que estar de acuerdo. La narrativa de un museo debe ser compleja e integradora, y así reflejar la profundidad del conflicto colombiano.
¿Usted cree que es más difícil construir un museo de la memoria en un conflicto como el colombiano en el que no está tan claro quiénes son los héroes y quiénes los villanos?
FÉLIX REÁTEGUI: Creo que, en general, siempre es difícil hacer un museo dedicado a la memoria de un conflicto, pues su materia es controvertida por naturaleza. Por muy claramente que establezcamos los hechos, siempre habrá quienes impugnen la versión de la historia que se represente en el museo respectivo. En el caso de Colombia será, por tanto, una tarea complicada. Posiblemente, una forma de avanzar y de ir desbrozando el camino es comenzar por lo central: ha habido millones de personas afectadas por graves violaciones de derechos humanos cometidas por muy diversos actores. La conmemoración puede comenzar por eso, por la realidad de las víctimas, que es lo menos controvertible y, de hecho, la realidad más urgente.
¿Son importantes estos escenarios en los procesos de verdad, justicia y reparación?
FÉLIX REÁTEGUI: Los espacios de conmemoración son muy importantes porque ayudan a incorporar la verdad dentro del discurso público, dentro de la conciencia compartida por la colectividad. Por medio de ellos se puede lograr que la verdad no sea solamente conocida o sabida, sino también reconocida y aceptada, y, más aún, que llegue a ser significativa para las instituciones y para las personas. Una cosa es saber algo; otra, distinta, es que eso que sabemos tenga gravitación sobre nuestros actos, nuestras decisiones, nuestras formas de relacionarnos con los demás y nuestra identidad propia. Los procesos de conmemoración pueden ayudar a que la verdad sea significativa en ese sentido. Y eso se vincula, desde luego, con los procesos de verdad, justicia y reparación, pues en la medida en que el pasado sea significativo y públicamente reconocido, ello dará fuerza a las demandas de las víctimas por sus derechos y también podría ser un acicate para que el Estado formule ciertas decisiones públicas como las reparaciones o las reformas institucionales. Con esto no se quiere decir que la conmemoración sea suficiente para lograr tales fines. Hay que evitar darle una dimensión excesiva al peso de la conmemoración. Pero sí se puede decir que la memoria, el reconocimiento, son elementos que pueden ayudar e influir en esa dirección.
* Editora Revista SEMANA