En la memoria de los salvadoreños que vivieron la guerra civil de los años ochenta reposa la voz de ‘Santiago’ que iniciaba cada uno de sus programas con la misma oración: “Transmite, Radio Venceremos, voz oficial del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, emitiendo su señal guerrillera, desde El Salvador, Centroamérica, territorio en combate contra la opresión y el imperialismo”, al fondo se entonaba el himno de la guerrilla.
Esa voz era de Carlos Henríquez Consalvi, un periodista venezolano que, en la década de los setenta, salió de Caracas para trabajar en la prensa nicaragüense y acompañar la insurgencia de este país. Luego de la caída de la dictadura militar de Anastasio Somoza en 1979, viajó a EL Salvador para unirse al Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FNML) y crear la primera emisora de esa guerrilla.
Las emisiones comenzaron en 10 de enero de 1981 y se estableció que se transmitiría un programa diario de una hora desde las 6 de la tarde. Para evitar ser atrapados por el Ejército, se internaron en las montañas de Morazán, en el oriente del país, y transmitieron desde cuevas y campamentos guerrilleros.
‘Santiago’, junto a un grupo de 15 combatientes, informaban sobre la guerra: el número de muertos, los combates que se avecinaban, recogían los discursos de los dirigentes salvadoreños, las entrevistas a sus compañeros guerrilleros y a los campesinos que vivían en las zonas más afectadas por el conflicto; incluso, transmitían la música que para ese entonces producía el FNML.
Además de locutor, ‘Santiago’ se convirtió en guardián del archivo histórico de la guerrilla. Envío al exterior cada una de las transmisiones de la radio por temor a perderlasen una emboscada, recuperó cada uno de los diarios de sus compañeros muertos y conservó intacto el equipo de transmisión de la Radio Venceremos.
El 16 de enero de 1992, tras la firma del acuerdo de paz con el gobierno, la radio desapareció. Desde ese día, Consalvi comenzó a pensar en construir un archivo documental de la guerra, usando el material que ya había recolectado. Así nació, hace 20 años, el Museo de la Palabra y la Imagen.
Los salvadoreños han aportado voluntariamente parte de sus archivos y pertenencias para alimentar el Museo, que hoy cuenta con más de 50 mil fotografías y videos, manuscritos de poetas nacionales e historias de las víctimas. En un país donde no existe un museo de historia nacional, el proyecto de ‘Santiago’ se ha convertido en el mayor archivo histórico de la guerra civil en ese país centroamericano.
En entrevista con VerdadAbierta.com, Consalvi cuenta sobre la reconstrucción de la memoria histórica que se está viviendo en El Salvador y que puede servir de referencia para Colombia.
VerdadAbierta (VA): ¿Cómo nace la idea del Museo de la Imagen y la Palabra?
Carlos Henríquez Consalvi (CHC): Sus inicios podemos ubicarlos durante el conflicto armado salvadoreño. Ligado siempre a la Radio Venceremos, la radio insurgente que durante 11 años transmitió desde las montañas de Morazán, de la que fui locutor. En ese entonces pensábamos en preservar las transmisiones de la radio, entonces las enviábamos al exterior para que no corrieran peligro. También mandamos fotos, videos, testimonios.
Incluso en la guerra yo me preocupé por rescatar los diarios de los combatientes. Yo sabía quién estaba escribiendo diarios de su historia personal y cuando caían los recuperaba.
VA: ¿Qué tan importante fue preservar los archivos de la Radio Venceremos?
CHC: Mucho, tenemos horas y horas de grabaciones que ahora están digitalizadas. El archivo es una fuente historiográfica única que reúne muchas voces, desde los discursos de Ronald Reagan, las voces de la insurgencia, entrevistas con campesinos, éramos muy creativos, porque incluso tenemos radio teatro con comunidades campesinas.
VA: ¿Y qué pasa cuando se firma el acuerdo de paz en 1992?
CHC: El primer paso fue repatriar todos los archivos que teníamos en Nicaragua, México, en Nueva York y nuestras pequeñas oficinas de solidaridad en Europa. No teníamos la idea de hacer este museo, pensábamos ordenar los archivos para preservar la memoria de la lucha social, pero al comienzo solo era mi cuarto lleno de esas transmisiones y objetos de la guerra.
Nuestro lanzamiento fue hace 20 años con un libro que se llama Luciérnagas en El Mozote (1995). Ahí recogimos la información de la que hasta ahora es la masacre más grande de América Latina, en el norte del país, cometida en 1981 por el Batallón Atlacatl, dirigido por el coronel Domingo Monterrosa. Allí se asesinó a más de mil personas, casi la mitad de los muertos menores de edad.
Y así comenzamos en un país que durante décadas no se ha preocupado por preservar el patrimonio documental. Creamos entonces una campaña quese llamó ‘Contra el caos de la memoria’ y la gente comenzó a entregarnos todo tipo de material. Con eso comenzamos nuestro museo itinerante que llamábamos Museo sin paredes.
VA: ¿Qué tipo de material?
CHC: Archivos documentales no solo de la lucha social, sino, por ejemplo, manuscritos de los principales escritores salvadoreños como Salarrue y Roque Dalton. Objetos de la insurrección indígena. Las familias de los compañeros del Frente caídos nos traen sus objetos personales, sus diarios, su ropa y hasta mechones de pelo.
Hasta acá vino el general Blandón, quien fue jefe del Estado Mayor, y me dijo ‘yo quiero que tengan la camisa con la que ustedes hijueputas me balearon en una emboscada’. Un capitán nos trajo un mapa con el plan para acabar con la Radio Venceremos.
VA: ¿Es posible tener un espacio que surja de la guerrilla y logre desprenderse de su ideología?
CHC: No podemos negar que nació de la mano de la insurgencia y la mayoría de archivos son de la insurgencia. Pero como acá no existe un museo de historia nacional, sabemos que tenemos un compromiso muy grande y recibimos presión siempre de las comunidades, organizaciones de víctimas y de los museos comunitarios. El reto es unir todos esos relatos como un rompecabezas.
También hay otros espacios. En San Salvador existe el Museo Militar que cuenta su versión de la guerra, muy cuestionada por algunos sectores. Por ejemplo, hay una sala que se dedica a oficiales, que entre otras cosas, estuvieron involucrados en el caso del Mozote como un cuadro en honor al fallecido coronel Domingo Monterrosa. Aunque el presidente anterior, Mauricio Funes, pidió hacer una revisión a la historia, se entiende que las cosas no cambian de un día para otro.
VA: ¿Cómo afectó la Ley de Amnistía la búsqueda de la verdad?
CHC: Ha afectado enormemente los procesos de búsqueda de justicia y de verdad. Los familiares continúan diciendo ‘yo quiero saber a quién voy a perdonar’.
Para llenar esos vacíos se han creado espacios de justicia restaurativa, sobre todo en el norte de país, donde líderes de comunidades cristianas de base fueron reprimidos y exiliados por querer mejorar las condiciones en las que vivían, sin tener ningún vínculo con la insurgencia.
Después del acuerdo de paz, en los libros de historia se introdujeron escuetamente temas que antes estaban prohibidos como la insurrección indígena de 1932, pero creo que la fuerza de la memoria está en los museos de las comunidades campesinas, las organizaciones de mujeres, los que vivieron el conflicto.
VA: ¿Por qué vale la pena conservar estos archivos?
CHC: Cuando una sociedad sale de un conflicto está fragmentada con heridas profundas. Entonces, se entra en un espacio de reflexión, es el momento de dibujar los mapas del siglo que viene. Para la construcción de ese futuro es esencial la memoria, construir propuestas diferentes pero viendo qué hicimos mal y qué hicimosbien.
Yo he seguido con atención el caso colombiano y es extraordinario ver lo que han avanzado antes de un acuerdo, que ya existan maletas de memoria, planes de museo. A todos nos ha tomado por sorpresa, creo que son privilegiados.